Pero sí, hay algo que
lamentablemente diferencia a los españoles de los ciudadanos de otros países:
la debilidad del sentimiento nacional. El secesionismo nunca habría alcanzado
sus niveles de seducción en estos momentos de crisis, si España hubiera sido
definida, anhelada y entregada a la conciencia de los ciudadanos con una
intensidad emocional que nunca se apartara de la solidez de las razones que la
justifican. No ha sido la norma jurídica lo que nos ha faltado; ha sido el
sentimiento gozoso de compartir un proyecto que merece ser vivido por todos en
el seno de una misma nación, las ganas de existir socialmente como españoles.
Pocos han asumido, en nuestros tiempos, la tarea de afirmar la solidez
histórica de una nación, la honra de su pasado, el decoro de sus principios
fundacionales, su servicio al humanismo europeo y el papel indispensable
desempeñado por nuestra cultura en la formación de Occidente.
Estaba lleno de razón quien
escribió: si me dejan componer todas las baladas de una nación no me importa
quién escriba las leyes. Son las tradiciones reales o inventadas, los símbolos,
las celebraciones festivas, los ritos, la lírica y las formas artísticas las
que expresan la nación y las que la esculpen en el imaginario colectivo. Los
acontecimientos que se conmemoran permiten que una experiencia se sostenga a
través de nuestra vida, y podamos cederla a los que vengan en forma de
tradición. Por ello, la conmemoración es algo fundamental en nuestras
sociedades. La pena es que desde hace tiempo no resuenan las baladas de España
ni se ofician sus jubileos, y su proyecto político racional no se encaja en una
arquitectura sentimental que lo haría más fácilmente entendible e
interiorizable, compitiendo así desventajosamente con otras emociones
procedentes de la periferia nacionalista.
Fernando García de Cortázar. ABC, 12 de julio de 2020
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