viernes, 9 de octubre de 2020

RAZÓN Y SENTIMIENTO DE ESPAÑA (I)

 

Aunque se pasaron los tiempos del pesimismo hispano y del masoquismo intelectual, no poco españoles creen vivir en una nación enferma, cuya historia es el relato de un inveterado atraso y de una interminable decadencia. La leyenda negra nos ha hecho mucho daño y hemos acabado interiorizando las maldades que desde el extranjero se han dicho de nosotros. Aún hoy, después de una transición modélica, pervive la idea de que los españoles somos en el fondo particularmente crueles y fanáticos. Resucita el viejo cliché del español de sangre caliente que, como única manifestación de su personalidad, se veía arrastrado a pesar suyo a adoptar posiciones extremas de guerra civil y no lograba escapar a la maldición bíblica de la violencia y la furia cainita. La tragedia de 1936 no era un hecho histórico evitable sino una especie de fatalismo temperamental, un elemento sustancial de nuestro carácter que llevaba dentro de sí la tendencia irrefrenable a la contradicción, la indisciplina o la anarquía.

Sin embargo, nuestros tiempos de ensañamiento e incomprensión no fueron más desdichados que los de otros países europeos, y con facilidad nos olvidamos de la pasión tan española por la libertad del hombre, de la lucha por su libre albedrío, de la defensa del derecho de gentes, de la construcción de un Estado en el que al Rey se le recordaba continuamente su autoridad limitada por el bien común. ¡Qué exhibición de talento y sabiduría la de Salamanca del siglo XVI con Francisco de Vitoria al frente de la mejor intelectualidad europea! Cuando por todo el viejo continente se halagan los oídos reales con argumentos divinos del poder coronado, a orillas del Tormes los filósofos y teólogos españoles defienden la existencia de leyes emanadas del pueblo, cuya modificación solo era posible con el consentimiento de la comunidad.


Fernando García de CortázarABC, 12 de julio de 2020


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