Jovellanos piensa y trabaja por un mundo en el que, a la luz de la razón, el hombre desarrolle sus capacidades mediante la educación, para alcanzar la mayor felicidad posible. Es decir, preconiza un espacio en el que riqueza material y virtud espiritual se conjuguen dentro de un término irrenunciable para la naturaleza humana: el progreso (...)
La mirada de Jovellanos hacia el pasado no obedece a la nostalgia, o a la melancolía, más o menos patológica, del intelectual catastrofista que busca en el ayer el rechazo del hoy que no alcanza a comprender. Al contrario, desde la lógica de la Ilustración, don Gaspar se asoma a la historia, no como antídoto del presente, sino como inexcusable referencia en el devenir hacia el futuro. Ciertamente su prevención frente a la revolución no se asienta en el inmovilismo, sino en el peligro de la improvisación, de la ocurrencia vacua que la experiencia ya demostró nefasta. Por eso, afirmaría, rotundamente, que para gobernar un país hace falta conocer su historia.
Emilio de Diego et alii, Jovellanos: el hombre que soñó España, Ediciones Encuentro, Madrid 2012.
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