Combate de Trafalgar. Justo Ruiz Luna. Museo del Prado.
Los
cabellos blancos que hoy cubren mi cabeza se erizan todavía al recordar
aquellas tremendas horas, principalmente desde las dos a las cuatro de la
tarde. Se me representan los barcos, no como ciegas máquinas de guerra, obedientes
al hombre, sino como verdaderos gigantes, seres vivos y monstruosos que
luchaban por sí, poniendo en acción, como ágiles miembros, su velamen, y cual
terribles armas, la poderosa artillería de sus costados. Mirándolos, mi
imaginación no podía menos de personalizarlos, y aun ahora me parece que los
veo acercarse, desafiarse, orzar con ímpetu para descargar su andanada,
lanzarse al abordaje con ademán provocativo, retroceder con ardiente coraje
para tomar más fuerza, mofarse del enemigo, increparle; me parece que les veo
expresar el dolor de la herida, o exhalar noblemente el gemido de la muerte,
como el gladiador que no olvida el decoro de la agonía; me parece oír el rumor
de las tripulaciones, como la voz que sale de un pecho irritado, a veces
alarido de entusiasmo, a veces sordo mugido de desesperación, precursor de
exterminio; ahora himno de júbilo que indica la victoria; después algazara
rabiosa que se pierde en el espacio, haciendo lugar a un terrible silencio que
anuncia la vergüenza de la derrota.
Trafalgar
Benito
Pérez Galdós, Episodios Nacionales, Aguilar, Madrid 1981, página 220.
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