Difícilmente olvidaré la impresión que se produjo en mi alma cuando entré, hace ya más de siete años, por primera vez en el panteón de los reyes leoneses. (...)
Al entrar en el solemne recinto, bajo el techo, con sus robustas columnas románicas, en que los reyes del antiguo reino de León duermen en el eterno olvido, se siente el ánimo sobrecogido. "Doce túmulos lisos -dice Quadrado-, de más de treinta que anteriormente había sin efigie, sin labores de ningún género, sin inscripción, excepto el de Alfonso V y algunos trozos que se leen en el de Sancha, hermana del emperador, dejaron allí únicamente los soldados de Napoleón, después de profanar aquel venerable recinto y de buscar inútilmente entre los huesos y la podredumbre los imaginados tesoros que tentaban su codicia". Y esta profanación ha añadido acaso, creo yo, interés a la solemnidad del espectáculo. Una tumba profanada es como una tumba intensificada. Cuando la destrucción, es decir, la muerte, pasa sobre la muerte, redobla su trágico interés.
Salamanca, julio de 1913
Miguel de Unamuno, Andanzas y visiones españolas, Espasa Calpe, Madrid, 1975, págs. 80 y 81.
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