El mundo estaba en guerra. Los hombres de media Europa chocaban con los de la otra media en los campos de batalla. Unos y otros tenían un ideal místico, afirmándolo con violencias y matanzas, lo mismo que habían hecho todas las muchedumbres movidas por una certidumbre religiosa o revolucionaria aceptada como única verdad.
Pero el marino reconoció una profunda diferencia en las dos masas luchadoras del presente. Una colocaba su ilusión en el pasado, queriendo rejuvenecer la soberanía de la fuerza, la divinidad de la guerra, y adaptarlas a la vida actual. La otra muchedumbre preparaba el porvenir, soñando un mundo de democracias libres, de naciones en paz, tolerantes y sin celos.
Al acoplarse a este nuevo ambiente, Ferragut sintió nacer en su interior ideas y aspiraciones que tal vez procedían de una herencia ancestral. (...) Él era un mediterráneo, y porque la nación en cuyo borde había nacido se desinteresase de la suerte del mundo no iba a permanecer indiferente.
1917
Vicente Blasco Ibáñez, Mare Nostrum, Cátedra, Madrid 1998, páginas 500 y 501.
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