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En 1914, al habérseme echado -más bien, desenjaulado- de mi primer rectoría de la Universidad de Salamanca, entré en una nueva vida con la erupción de la guerra de las naciones que sacudió a nuestra España, aunque ésta no beligerante. Dividiónos a los españoles en germanófilos y antigermanófilos -aliadófilos si se quiere-, más según nuestros temperamentos que según los motivos de la guerra. Fue la ocasión que nos marcó el curso de nuestra ulterior historia hasta llegar a la supuesta revolución de 1931, al suicidio de la monarquía borbónica. Es cuando me sentí envuelto en la niebla histórica de nuestra de nuestra España, de nuestra Europa y hasta de nuestro universo humano.
Miguel de Unamuno, Niebla, Madrid, Espasa-Calpe, 1999, página 19.
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