martes, 5 de mayo de 2015

EUROPA

PATRIOTISMO EUROPEO (I)

Es casi un tópico decir que la primera batalla de la segunda guerra mundial fue la guerra de España; de esa afirmación se sacan consecuencias curiosamente diversas; es una de las predilectas de los expertos internacionales en confundir las cosas, que hoy suelen ser los encargados profesionalmente de regir el mundo o de informarlo. Y sin embargo yo diría casi lo mismo; yo también encuentro esencial afinidad entre nuestra guerra y la más grande; pero no porque la primera fuese un ensayo en pequeño de guerra internacional -dejo a otros el cuidado de decirlo-, sino al revés, porque la segunda me parece - en sus orígenes, en sus primeras fases, en su núcleo más hondo- una colosal Guerra Civil Europea.
Y esto se siente, mejor quizá que en parte alguna, en Alemania. No porque Alemania no haya pecado gravemente contra Europa, sino a causa precisamente de ese pecado, que descubre y pone de manifiesto la ley infringida. Por el pecado y por la penitencia, que en este caso es -literalmente: por falta de gracia- el pecado de los otros. Por esto se siente allí, más vivo por estar en carne viva, eso que vengo llamando patriotismo europeo. Y lo llamo así porque no se trata de una realidad económica, o política, o cultural, ni de una mera conciencia de unidad histórica, sino de una fuerza, de una viva potencia actuante, que nos penetra, nos domina y nos mueve y conmueve porque es una emoción. Es algo que afecta al alma y al cuerpo, que persuade y humedece los ojos, que enorgullece y provoca rubor, que tensa los músculos y estremece. Yo sentí como una humillación el día que los alemanes entraron en París, y dolor y vergüenza ante la catedral de Worms, ceñida de ruinas, como una madre rodeada de hijos muertos, o en la vieja Maguncia, brutalmente machacada. Como si hubiese visto hendida mi vieja torre vallisoletana de la Antigua, o el salmantino colegio de Irlandeses, o el puente romano que abraza el Guadalquivir en Córdoba. Como tantas veces he hecho.
Julián Marías, Aquí y ahora
Madrid, Espasa-Calpe, 1959, páginas 53 y 54.

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