Teresa
de Cepeda y Ahumada, que había nacido el 28 de marzo de 1515 en Ávila, recorrió
incansablemente los caminos para encontrar sentido en ellos y edificar los
conventos de la orden reformada, empezando por el de San José de Ávila (1562).
Pueblos y ciudades de Castilla y Andalucía vieron su paso: Burgos, Salamanca,
Segovia, Malagón, Valladolid, Pastrana, Soria, Toledo, Sevilla, Beas, Écija,
Medina del Campo, entre muchos. Su último destino fue Alba de Tormes, donde
murió el 4 de octubre de 1582.
Aunque
siempre se ha hablado de la espontaneidad y sencillez de sus obras, es
necesario señalar, como ha hecho Rosa Rossi (Teresa de Ávila.
Biografía de una escritora, Barcelona,
1984), que no fue tanto así, pues su vida representó “una convivencia
permanente con el riesgo”, atenazada por la sombra de la Inquisición, y, aunque
no fue procesada, sí existían sobrados recelos acerca de cuanto obraba,
escribía y leía. (…) En la misma circunstancia de Teresa estaba su amigo Juan
de la Cruz, a quien había conocido en 1567.
Ramón Andrés, No sufrir compañía. Escritos místicos sobre
el silencio (siglos XVI y XVII),
Acantilado, Barcelona, 2010,
páginas 203 y 204.
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