Carlos Quinto, testigo de su tiempo (1500-1558)
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El futuro Carlos Quinto nacía en Gante en la noche del 24 al 25 de febrero de 1500, en Prinzenhof, palacio destruido en la actualidad, el niño era hijo de Felipe el Hermoso -hijo a su vez de Maximiliano de Austria y de María de Borgoña- y de Juana la Loca, una de los hijas de los Reyes Católicos, Fernando e Isabel. "El muy deseado y provechoso nacimiento del ilustrísimo niño Carlos de Austria", como dice un libelo impreso ese año en Valenciennes, dio lugar, durante su bautismo, el 7 de marzo, a grandes regocijos; era el segundo hijo, pero el primer heredero varón de la familia principesca de los Países Bajos.
Así comenzaba una vida que debía ser prodigiosa. Pasa un larguísimo medio siglo y el viejo emperador moría, el 21 de septiembre de 1558, en la estrecha residencia que había mandado construir en el convento de los Jerónimos de San Yuste, en Extremadura, donde se había retirado a principios del año anterior. Una vida gloriosa, desde luego, y una larga vida. Larga al menos según las normas de un siglo en que las existencias son breves de ordinario, sobre todo las de los hombres de guerra como Carlos Quinto, agotados antes de tiempo por las incomodidades y las durezas de la vida de campaña. Gloriosa también, porque todavía nos deslumbra como deslumbró a los contemporáneos, amigos o enemigos. Y es, desde luego, un sorprendente testimonio sobre esa primera parte del siglo XVI que él domina desde lo alto, sobre sus herencias y sus innovaciones, sus sueños y sus actos, sus arrepentimientos y sus contradicciones, que son la prueba misma de su ardor de vivir.
Fernand Braudel, Escritos sobre la Historia,
Barcelona, Altaya, 1997, página 33.
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