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La Restauración no era una empresa fácil. Cuando, de acuerdo con la Constitución de 1869, las Cortes hubieron de elegir un nuevo rey para España, Prim pudo cumplir su deseo de imponer un monarca de origen extranjero, y salió elegido el duque de Aosta, Amadeo de Saboya, con 191 votos, mientras el príncipe Alfonso sólo obtenía dos (de los dos únicos moderados que había en la cámara). Cierto que hubo 19 votos en blanco, obra de los miembros de un nuevo partido, el liberal-conservador; que acababa de fundar Cánovas, precisamente para lograr la restauración borbónica en la persona de Alfonso XII. Pero Cánovas decidió el voto en blanco precisamente porque era monárquico y sabía muy bien lo que es la monarquía: los reyes nacen reyes y son nietos de cien reyes; no se eligen. Curiosamente, quien mejor expresó el pensamiento de Cánovas fue el republicano Castelar, cuando en las sesiones preparatorias de aquella elección declaró: "los reyes pueden salir de un templo, no de una asamblea; proceden de una nube, de un misterio, no de una urna electoral". Por eso don Amadeo había de tener muy poco éxito en España. Asesinado Prim en el momento de su venida, y dividido en familias hasta la atomización el hasta entonces predominante partido progresista, don Amadeo no podría nombrar un solo ministerio que contase con el apoyo de las Cortes, y hubo de sufrir una situación de inestabilidad sin precedentes.
José Luis Comellas, Isabel II una reina y un reinado,
Barcelona, Ariel, 1999, págs. 348 y 349.
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