Algo parecido nos sucede cuando tratamos de descubrir el alma humana a través de la vida de los hombres. Leemos, para lograrlo, la historia de los príncipes, de los héroes y de los genios; esto es, de los llamados hombres representativos, que, precisamente por serlo, no representan sino cimas agudas de la especie. Son valores excelsos, pero no arquetípicos, de la humanidad oscura que silenciosamente hace marchar al mundo. En Sócrates, en Leonardo, en César, en Goethe sólo encontramos aquello que no podríamos encontrar en el espíritu de sus contemporáneos; y hemos de figurarnos a éstos invirtiendo con la imaginación el valor de las líneas y de las sombras, como hacemos al contemplar una fotografía en negativo. El no hacerlo así, el juzgar a una época pretérita por sus hombres representativos, es una de las causas de nuestro desconocimiento fundamental de la Historia.
Gregorio Marañón, Amiel, un estudio sobre la timidez,
Madrid, Espasa-Calpe, 1978, páginas 22 y 23.
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