En España las cosas venían dadas de otro modo; a finales de 1788 regresaba enfermo el buen rey Carlos III de El Escorial a Madrid, y el 14 de diciembre fallecía sin haber salido del palacio. Carlos IV subía, fofo y cuarentón, al trono. Apenas entrado el nuevo año, la reina María Luisa hizo regresar del destierro a su querido y empezó por nombrarlo Ayudante Mayor del Real Cuerpo (título que podríamos tomar en un doble sentido: Carlos, que tonto eres, hijo mío, pero que tonto, como había dicho el rey difunto).
Héctor Vázquez Azpiri, El cura Merino, el regicida,
Barcelona, Círculo de Lectores, 1976, pág. 9
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