jueves, 13 de junio de 2013

Y siguió andando entre ellos, (...) en un esfuerzo por despertar su interés, por ganarse su confianza. Un esfuerzo vano. Tenía la sensación de que ni siquiera lo escuchaban; comprendió que nada que pudiera decirles, ya fuera para animarlos, corregirlos o educarlos, conseguiría penetrar en sus almas, porque estaban cerradas, tapiadas, sordas y mudas.
"Si pudiera estar más tiempo con ellos...", se dijo. Pero en el fondo de su corazón sabía que no lo deseaba. Sólo deseaba una cosa: perderlos de vista cuanto antes, librarse de aquella  responsabilidad y del malestar que le hacían sentir. La Ley de amor que hasta entonces le había parecido casi fácil -tan grande era en él la gracia de Dios, pensaba humildemente-, ahora le resultaba imposible de acatar, "justo cuando puede que sea la primera vez que constituya un esfuerzo meritorio de mi parte, un sacrificio real. ¡Que débil soy!".

Irène Némirovsky, Suite francesa,
Barcelona, Salamandra, 2011, página 175.

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