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¿A quiénes habrá elegido el sordo imprevisible? ¿A los aristócratas? ¿A los Osuna? ¿A la Marquesa de Villafranca? ¿A Alba? ¿Al General Urrutia? ¿A Doña Tadea? ¿Al Cardenal? ¿A Jovellanos? ¿A Carlos IV?, su prole y sus parientes? ¿O a los castizos del borde del Manzanares, cimbreantes, garridos? ¡Vaya uno a adivinar! Tiene para escoger...
Pablillos de Valladolid lo anuncia y, acertando, su voz adquiere un timbre de feria, de romería, con participación de jugadores de pelota, de mozas de cántaro, de ciegos guitarreros, de bebedores, de floristas, de niños trepados en zancos, de peleles, de bailarines, de cómicos de la lengua:
Ya está él aquí, despechugado, desordenado y como ausentado, como si el Concurso se le diera un pepino. Retumban las ovaciones, que se estrellan contra la tapia de su oído inútil. Tuerce en torno la cabeza, a modo de un animal que olfatea y, de sopetón, sobresaltando al tumulto, bate las gruesas palmas. Callan los asistentes, porque han escuchado lo que no tiene acceso a las orejas de Goya: un alegre, frágil rodar; y como consecuencia, se entra en la rotonda un cochecillo de liviana caja y altas ruedas, en cuya trasera zarandéanse dos lacayos de tricornio, y que corre, inmerso en una radiante nube de mocitos juncales, con chupas y chupetines, fajas, redecillas y sombreros redondos o de traza caprichosa, y también de damiselas que adornan con flores las peinetas, que multiplican los abalorios y que echan a flotar las mantillas de sarga. En cuanto desaparecen, los suple una pareja airosa, donosa, que hace rotar un verde quitasol, y a ella la importuna una regocijada ronda de jugadores a la gallina ciega, que completan unos embozados. Es el apogeo de majos y manolas, requebradores, bizarros, locuaces. Suenan cuerdas y castañuelas. Se nota la premura por vivir, por gozar, antítesis de las rigideces del misticismo y de los prejuicios de los petimetres, amén de los encopetados, la otra cara de la medalla adusta del Greco y de la medalla de Carreño, etiquetera.
Manuel Mujica Lainez, Un novelista en el Museo del Prado, Seix Barral, Barcelona, 1986, páginas 50 y 51.
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