martes, 15 de febrero de 2022

LA CATEDRAL DE LEÓN (I)

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Pero las joyas de León, aquello por lo que merece visitarlo, son la catedral, lo más famoso de la ciudad; San Marcos y San Isidoro, lo más interesante acaso este último, y lo más genuino, aunque no ciertamente lo que más atrae, desde luego, las miradas del peregrino, ni lo más famoso. Lo más famoso es la catedral.

Hay un dístico latino que refiriéndose a cuatro de nuestras viejas catedrales españolas reza así:

Sancta ovetensis, pulchra leonina,  dives toletana, fortis salmantina;

es decir: Santa la de Oviedo, por sus muchas reliquias; bella la de León, rica la de Toledo, fuerte la de Salamanca, la vieja, la románica, no la nueva, la que en el siglo XVI se empezó. Y he traducido pulchra por bella, como pude traducir elegante o bonita. Y lo es más, sin duda, que no hermosa. Porque esta elegantísima y bella catedral gótica leonesa no tiene ni lo pintoresco y variado de la de Burgos, ni la magnificencia de la de Toledo, ni la solemnidad de la románica sede de Santiago de Compostela, ni el misterio que tienen las de Ávila y Barcelona, menos celebrada esta última que merece serlo. La catedral de León se abarca de una sola mirada y se la comprende al punto. Es de una suprema sencillez y, por lo tanto, de una suprema elegancia. Podría decirse que en ella se ha resuelto el problema arquitectónico, a la vez de ingeniería y de arte, de cubrir el mayor espacio con la menor cantidad de piedra. De donde su aérea ligereza y aquellos grandes ventanales, cubiertos de vidrieras con figuraciones policromas, donde la luz se abigarra y se alegra en tan diversos colores.

Salamanca, julio de 1913.


Miguel de Unamuno, Andanzas y visiones españolas, Espasa Calpe, Madrid, 1975, págs. 77 y 78.


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