¡Nacer rey! ¡No haber sido jamás otra cosa que rey; haber reinado durante cuarenta y seis años, y después ser destronado! ¡Empezar una nueva vida en la madurez de la edad, en condiciones diferentes y reducidas, en una situación y en un estado de ánimo nunca hasta entonces experimentados, excluido de la única actuación a la que toda la vida se había consagrado! ¡Áspero destino, ciertamente! Haber dado lo mejor de sí mismo, haber arrostrado inquietudes y peligros, haber realizado grandes cosas, haber estado al frente de su país durante todos los riesgos del siglo XX; haber visto a su patria crecer en prosperidad y reputación; y después ser violentamente rechazado por la nación de que estaba tan orgulloso, cuyas glorias y tradiciones encarnaba; la nación que había tratado de simbolizar en las más bellas acciones de su vida..., no hay duda que es bastante para poner a prueba el alma de un humano mortal.
1937
Winston Churchill, Grandes contemporáneos, Ediciones Orbis, Barcelona 1982, página 150.
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