En las primeras horas de la mañana del 14 de abril, se proclamó la República en la localidad vasca de Eibar. En las horas siguientes, los comités republicanos de Barcelona, Valencia, San Sebastián y otras capitales tomaron igual medida, sin que las autoridades opusieran resistencia abierta al cambio de régimen. A primera hora de la tarde se alzó la bandera tricolor en el Palacio de Comunicaciones de Madrid. Romanones, que había pactado ya con los republicanos, apremiaba al rey para que abandonase el país. Cuando se supo que el director de la Guardia Civil, general Sanjurjo -que se había puesto a las órdenes del Gobierno Provisional- se negaba a reprimir las manifestaciones, todo pareció perdido. Alfonso XIII abandonó la capital y embarcó en Cartagena rumbo al exilio tras dirigir un manifiesto al país en el que afirmaba: las elecciones del domingo me revelan claramente que no tengo hoy el amor de mi pueblo. Poco después, le seguiría a Francia el resto de la familia real.El traspaso de poderes podía hacerse ahora sin problemas, en medio de las manifestaciones pacíficas de júbilo de la población. Nos regalaron el Poder -escribe Miguel Maura- suavemente, alegremente, cuidadosamente: había nacido la Segunda República Española.
Julio Gil Pecharromán, La Segunda República, Historia 16, Madrid 1997, página 28.
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