En 1855, el historiador francés Michelet utilizó la palabra Renacimiento para referirse a la vida en la península italiana en el período comprendido entre 1400 y 1600. El término no era nuevo, pero a partir de entonces se utilizó para evocar e identificar una de las épocas más brillantes de Europa.
Durante mucho tiempo, se consideró que la caída de Roma en poder de los pueblos venidos del Norte y del Este había sumido a Europa Occidental en el atraso y la ignorancia, y que las formas de vida en las ciudades italianas a partir del siglo XV significaron el despertar de una larga noche y el renacer de la cultura, la belleza y el desarrollo comercial. Aunque las investigaciones posteriores pusieron de manifiesto que la llamada época medieval alumbró muchas de las innovaciones que caracterizaron posteriormente al Renacimiento, éste supuso un profundo cambio que influyó en todos los aspectos de la vida del hombre.
En las ciudades italianas, en las que pervivía la huella de la rica civilización romana, los eruditos del siglo XV estudiaron y divulgaron la cultura clásica de Grecia y Roma, a las que consideraban un modelo para el perfeccionamiento humano. Para conseguirlo confiaban en la educación: el conocimiento era la herramienta necesaria para alcanzar el desarrollo integral y armónico del individuo, concebido éste como un ser con capacidad para aprender y vivir por sí mismo, preocupado por su espíritu y por lo que le rodea, y con la posibilidad de utilizar la libertad para elegir su futuro.
María Jesús Serviá, Así vivían en la Italia del Renacimiento, Anaya, Madrid 1995, página 4.
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