En aquellos tiempos no era fascista ni antifascista; llevar
uniforme no me producía orgullo alguno, más bien una molestia difusa (sobre
todo a causa de las botas); en tanto que, debo admitirlo, la marcha al paso, en
estrecho orden, no me desagradaba; especialmente si se hacía al son de una
banda. Era una danza y, a la vez, me daba la sensación de pertenecer a una
coalición humana, de unirme a un grupo homogéneo. Luego he sabido que Einstein
declaraba no comprender al tipo de hombre que encuentra placer en caminar al
paso; pues bien, yo en aquélla época pertenecía a esa estirpe, aunque siete
años después otras marchas al paso transformaran enteramente mi parecer.
Primo Levi, Última Navidad en guerra, Barcelona, Munchnik 2001, páginas 106 y 107.
No hay comentarios:
Publicar un comentario