viernes, 4 de octubre de 2019

LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA


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El pueblo asume el protagonismo de su historia

El siglo XVIII -pelucas blancas, jardines ordenados a la francesa, porcelana rococó, centralismo en la administración, equilibrio en las formas, racionalismo en el pensamiento- contrasta en nuestra imaginación con el mundo abigarrado, pasional, conflictivo y particularista del XIX.

Los primeros años de este siglo van a ser testigos en España de un cambio profundo de la vida nacional, conmocionada por la invasión del ejército más poderoso del mundo y por la pérdida de la legitimidad del poder, en manos, durante siglos, de monarcas absolutos (los reyes de la casa de Austria y Borbón).

Mientras la España patriota busca, intuitiva o conscientemente, soluciones a los problemas, otra España -y, en absoluto, la más despreciable, ya que entre ellos se encuentran ilustrados, artistas y hombres de leyes-, cierra filas en torno a José I, el monarca que Napoleón ha decidido poner en el trono español.

Hoy, vistas las tristes circunstancias que rodearon el reinado del tan deseado rey Fernando VII, la figura del denostado José, clamando ante su poderoso hermano medidas de clemencia para el pueblo español y dirigiendo el país hacia un estado más conforme con las ideas modernas, cobra una nueva significación, mucho más positiva que la que de él se forjaron sus contemporáneos. De cualquier forma, durante seis años España vivió una guerra civil, una guerra contra un invasor extranjero y una revolución; el pueblo se hizo guerrillero, saboteador, conspirador o legislador, pero "se lanzó a la calle y ya nunca volvería a su casa", como nos dejara dicho con sorna castiza Mesonero Romanos. España, en lucha por su libertad, se había convertido en el símbolo romántico por antonomasia.

Cristina del Moral, La Guerra de la Independencia, Madrid, Anaya 1990, página 4.


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