https://elpais.com/cultura/2016/10/19/actualidad/1476893456_560700.html |
Fue en la madrugada del 1 de septiembre de 1939. El día era claro y soleado y los meteorólogos alemanes dieron el visto bueno -media guerra dependió de sus informes-. El cielo estaba despejado de nubes, el mejor pronóstico para que los aviones de Goering pudieran atacar Polonia. En cuanto al paisaje terrestre, no eran necesarios ni espías ni informes de última hora. La geografía traicionaba a Polonia: su gran llanura dejaba paso franco a los tanques alemanes. De esta combinación -el ataque de los aviones y la progresión de los carros de combate en un frente estrecho- nació la nueva forma de hacer la guerra. Nada que ver con las campañas de desgaste y de inmovilización en las trincheras de Verdún de la I Guerra Mundial. Esta guerra alemana, llamada relámpago a imitación de los ingleses, se basaba en la celeridad, en la sorpresa, en la precisión y en la contundencia de las fuerzas empleadas. La decisión británica y francesa de considerar la invasión de Polonia como una justificación de la guerra resultó desastrosa desde el punto de vista militar a pesar de ser moralmente aceptada. (...)
Dos días después de la invasión de Polonia, Gran Bretaña declaró la guerra a la Alemania de Hitler. Así empezó la carnicería, que terminó al cabo de seis años con sesenta millones de muertos, dos tercios de ellos civiles.
Manuel Leguineche, Los años de la infamia. Crónica de la II Guerra Mundial,
Círculo de Lectores, Barcelona 1995, páginas 53 y 54.
No hay comentarios:
Publicar un comentario