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Con la llegada de los Borbones, en 1700, no puede decirse que España inicia un nuevo rumbo histórico, sino más bien que afianza el que había comenzado a seguir en los años anteriores. No abandona su sentido religioso, ni su tradicional orden de valores, pero se preocupa más del progreso material, de lo práctico y lo que produce. Tanto los nuevos monarcas de la casa de Borbón, como sobre todo los nuevos ministros, son realistas, no pretenden sueños imposibles, no se lanzan a aventuras arriesgadas, y procuran en general la política del "sentido común", una idea que se pone de moda por entonces. Por tanto, la historia de España en el siglo XVIII no registra tantas glorias espectaculares ni está guiada por móviles universalistas. España no deja de pesar en Occidente, entre otras razones, porque mantiene su imperio en América y, con bastante lógica, participa en el juego de alianzas tan propio de la época, buscando el "equilibrio", el mantenimiento de ese imperio americano, procurando siempre que se la tenga en cuenta, sin intentar nunca nada extraordinario. Su papel histórico es más modesto, pero no de segunda fila en la política internacional.
José Luis Comellas y Luis Suárez, Historia de los españoles, Barcelona, Ariel, 2003, páginas 189 y 190.
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