martes, 24 de enero de 2017

APOLOGÍAS DEL TRABAJO

Las doctrinas económicas laicas, el liberalismo o marxismo, que encarecen el trabajo en cuanto servidumbre congénita de la naturaleza humana o como tributo obligado a la Necesidad -a esa "Ley de la Naturaleza", como la llama Baudrillard, de la que el último marxismo, por boca de Marcuse, pretende hacer "dimensión ontológica del hombre"- y que, socialmente considerado, hace a los individuos acreedores a la vida, derecho que se niega a los ociosos, difícilmente podrían justificar el altísimo énfasis moral con que recargan sus apologías del trabajo, en nombre de que "el trabajo -como escribió, si no recuerdo mal, el propio Sartre- libera al hombre de la necesidad", ya que si tal afirmación no fuese al menos tal como hoy podría demostrarse, una total falacia, ensalzar el trabajo "porque libera la hombre de la necesidad" resultaría tan pedestre y tan estúpido como ensalzar el rascado "porque libera la hombre del picor". No puede, por consiguiente, evitarse, en modo alguno, que la solemne tachunda de las apologías del trabajo, elevadas al estruendo wagneriano con el auge de la "revolución industrial", suscite la fortísima sospecha de que tan sorprendente Oda al Trabajo sea, al menos inconscientemente, un instrumento ideológico de la pedagogía moral, en estrecha connivencia con la idea de "Necesidad natural", que, en palabras de Baudrillard, no es "sino una idea moral dictada por la economía política" bajo el imperio de la Producción. Sería sin duda de justicia tener en cuenta las mayores o menores diferencias que separan esas doctrinas económicas laicas entre sí, salvo que, por la índole misma del género apologético -género literariamente barato, si los hay-, apenas creo que tengan relevancia en lo que atañe a sus respectivas apologías del trabajo.

Rafael Sánchez Ferlosio, Non olet, Barcelona, Destino,  2003, páginas 163 y 164.

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