Hay muchos hombres que hacen durante toda su vida la misma cosa. Pero ninguna actividad sistematizada y repetida influye en la psicología y luego en la vida entera tan hondamente como la rutina de enseñar. (...) Enseñar oficialmente, tan a lo largo, es poner cada año en contacto con una generación nueva, abundante y distraída, lo más recogido de nuestra personalidad inmutable y dejar resignadamente que se lo lleven a pedazos. Dar lo mejor nuestro en beneficio de ese monstruo anónimo e inevitablemente ingrato que se llama una promoción. Sentirse envejecer ante un espejo que es cada año más joven y multiplica por eso, a cada nuevo curso, nuestra decadencia.
Gregorio Marañón, Amiel, un estudio sobre la timidez,
Madrid, Espasa-Calpe, 1978, página 35.
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