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Dicho y hecho. Alonso de Vargas entró en Zaragoza al frente de su ejército, cogió a Juan de Lanuza y lo puso preso de orden del Rey. Poco después le comunicó que había sido sentenciado a la pena de muerte y que se dispusiese a recibirla. Lanuza protestó diciendo que para que la sentencia fuera firme, había que contar con el reino de Aragón, que tenía fuero independiente de Castilla. Felipe II no hizo caso, ya que en toda España no había más fuero y autoridad que los suyos.
Temiendo que la ciudad aragonesa se sublevase, Alonso de Vargas mandó poner cañones en todas las bocacalles que conducían al lugar de la ejecución. Don Juan confesó y comulgó, subió al cadalso, manifestó que había sido mal aconsejado por sus amigos y entregó su cabeza al verdugo.
Muerto el Justicia de Aragón y derribadas de orden real sus casas y castillos cayeron también los fueros aragoneses. Zaragoza amante de sus tradiciones históricas erigió un hermoso monumento a don Juan de Lanuza, que hoy se eleva en uno de los lugares más hermosos y céntricos de la ciudad.
Antonio
J. Onieva, Cien figuras
españolas,
Hijos
de Santiago Rodríguez, Burgos, 1962, página 87.
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