lunes, 27 de mayo de 2013

LA CATEDRAL

Viajando hacia algún otro sitio, se me había hecho de noche en León. Había dormido allí y por la mañana, antes de seguir camino, había ido a visitar la catedral. Alguien me la había recomendado y siempre había tenido el vago propósito de ir a verla, así que aproveché para perder un cuarto de hora en saldar aquel viejo débito.
Era temprano, las nueve de un martes o un miércoles. Al entrar en el templo, me recibió el grandioso espectáculo de sus vidrieras, encendidas por la  luz blanca de una mañana encapotada. Por lo demás, la catedral estaba sumida en una semioscuridad en la que costaba distinguir los objetos. Avancé hacia el centro de la nave y me senté entre el coro y el altar mayor. Las capillas que rodeaban el altar estaban iluminadas por unos focos que apuntaban hacia sus bóvedas de crucería. El juego de luces y sombras, bajo la orgía de colores de las vidrieras era sobrecogedor.
(...)
Me quedé contemplando las vidrieras, las bóvedas iluminadas, el altar difuminado entre las sombras.
(...)
Hay otros rincones donde me refugio. Lugares imprevistos, como el bosque de luces y sombras y colores que descubrí un nublada mañana dentro de la catedral de León...
 
Lorenzo Silva, El urinario,
Barcelona, Destino, 1997, págs. 103, 104 y 123.
 

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