viernes, 5 de octubre de 2012

EL MAL FRANCÉS

En 1788, año en que moría Carlos III y subía al trono su hijo Carlos IV, España era un gran imperio colonial y un reino católico atrapado por las mandíbulas de la reacción. Como reveló la mirada descarnada de José Cadalso al hacer inventario de los males que aquejaban a España, cuando Carlos III cerró sus ojos al mundo seguía habiendo Mesta, Inquisición, señoríos, mayorazgos, municipios oligárquicos y privilegios estamentales. El modelo político del absolutismo ilustrado no había conseguido desmantelar un sistema de resonancias feudales, imposible de sostener en los albores de la edad moderna, y todos los esfuerzos de los hombres de la Ilustración por modernizar el país habían sido insuficientes. Mientras el campo o la hacienda quedaban como asignaturas pendientes hasta el triunfo del liberalismo en el siglo XIX, el fracaso de la reforma educativa proclamaba los colosales obstáculos de la apertura en España. Al mismo tiempo, en Europa, el Antiguo Régimen agonizaba, víctima de sus propias contradicciones y el estallido de la Revolución Francesa. Una nueva amenaza golpea las mentes de los grupos privilegiados aunque no es ya la política de reformas lo que preocupa a la nobleza y la Iglesia, sino los jóvenes principios de la Francia de 1789.

Fernando García de Cortázar, Historia de España, de Atapuerca al euro.
 Planeta, Barcelona 2002, p. 158 y159.
 



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