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La Constitución de 1812, solemne y enfática, quiso ser el símbolo sagrado e inviolable del Nuevo Régimen español. En su forma es muy parecida a la francesa de 1791, aunque especifica menos claramente los "derechos del hombre", para concentrar los máximos poderes en las Cortes como representantes del pueblo. Obra de intelectuales, fue muy racional en teoría, y difícilmente aplicable a la vida práctica.
José Luis Comellas, Historia de España Moderna y Contemporánea
Madrid, Rialp, 1972
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